26 de julio de 2009

Flores de un domingo de sol


por Diego Karnoubi


Entonces desperté con tu mirada clavada en mi espalda, sugerida en los pliegues de la mañana que dejaba entrever que nada era lo mismo, hace tiempo ya no lo era. Pero domingos a la mañana son pocos, y con tus ojos uno solo. Desperté por la mañana para imaginarte cerca, y de tan real supuse en mi el delirio de quien desahuciado espera de los sueños soluciones. Puesto que no tenía ganas de contradecir lo que parecía decidí seguir en tu compañía hasta que la realidad decidiera destrozar a la sonrisa instalada en el espíritu mío que sólo pretendía creer que algo había cambiado. Entonces nos levantamos, entonces nos miramos, entonces y entonces pretendimos creer que el único obstáculo entre lo real y lo ficticio era el silencio. Y nos hablamos, y te miraba como si ya nada más pudiera ser mirado; porque creo que nada más podría haber sido mirado. Entonces la tarde transcurrió bajo tus pasos y mis creencias. Tus sonrisas y mi ilusión de poderte retener mas tiempo que el que a realidad permitiera.

Fue entonces que creí escucharte decir adiós. Te acercaste, me diste un beso de los que duelen, de esos que se despiden, y con tus manos cargadas de sueños te fuiste para dejar en mi cuarto la única realidad que puede albergar. En verdad habrías sido un sueño; en verdad yo imaginaba; en verdad sólo podría haberte mirado a vos porque nada más podría ser visto un día como este. El resto carece de sentido... domingos como este no son muchos. Con vos uno solo.